martes, 27 de octubre de 2009

Hombre prehistórico vs Hombre moderno

Basándose en el estudio de fósiles humanos y de huellas conservadas en roca sólida, el antropólogo, profesor de Cambridge, Peter McAllister llega a la conslusión que el hombre prehistórico era casi imbatible y así lo asegura en su libro 'Mantropología: la ciencia del inadecuado macho moderno'.
Así, unas huellas fosilizadas en el lecho de un río australiano, le permitieron descubrir que los cazadores aborígenes que habitaron la región hace veinte mil años alcanzaban la velocidad media de 37 km/h (la misma que el famoso atleta jamaicano Usain Bolt). Estudiando la profundidad y separación de las huellas y el tipo de suelo (la orilla fangosa de un lago), McAllister concluye que los aborígenes podrían sobrepasar holgadamente los 45 km/h si contaran con la tecnología actual de las pistas de atletismo.
Pero los primeros habitantes de Australia no sólo se distinguían por su velocidad. También lo hacían por su fuerza. Ellos eran capaces de arrojar lanzas de madera a distancias que superaban los 110 metros (el récord de lanzamiento de jabalina pertenece al checo Jan Zelezny y se ubica en 98.48 m). Pero no sólo eso, un hombre actual perdería un pulso con una mujer Neanderthal. Una fémina de entonces, tenía un 10 por ciento más de masa muscular que un macho actual, su antebrazo, al mismo tiempo era más corto y fornido, lo que le habría dado una clara ventaja.
McAllister festeja también los 2.45 m que salta el cubano Javier Sotomayor, pero nada comparable con los tutsi de Ruanda, que según cuenta eran capaces de elevarse 2.52 m al participar de un rito de iniciación. Y no sólo lo hacía uno, sino que todos los participantes salvaban esa altura porque era una manera de demostrar su hombría en un rito crucial en el que dejaban de ser niños para convertirse en hombres. Todos ellos llevaban saltando desde la infancia, conscientes de que debían superar esta prueba en su adolescencia tardía.
El declive en la potencia física, según el autor, se debe a nuestra vida sedentaria que nos llevó a perder rápidamente, herramientas, como la fuerza, la agilidad o la velocidad que eran esenciales cuando el hombre era un “animal cazador”. Antes ser robusto, rápido y ágil era fundamental para la supervivencia; quien no lo era, no cazaba y se moría de hambre. Cuando el hombre se convirtió en agricultor primero y, sobre todo, tras el bienestar que comportó la revolución industrial, otras capacidades sustituyeron al físico como prioridades, haciendo que se perdiera masa y fibras musculares de manera acelerada.

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