Adolf Hitler era todo un sex simbol que tenía hipnotizadas a las alemanas de su época, y no sólo con su discurso fascista, sino también en el plano más terrenal y lascivo.
El soldado William C. Enker encontró en el despacho del dictador al término de la contienda bélica las misivas que ahora han salido a la luz, con contenidos de lo más variado.
Las cartas que recibía el Fuhrer de sus admiradoras eran supervisadas por varios funcionarios que decidían si éstas debíaan ser leidas o no por el líder alemán. En ocasiones sólo se trataban de proposiciones inocentes como cortarle el pelo. En otras cartas, sin embargo, llegaban a ser más explícitas escribiendo cosas del tipo “Quiero abrir mi frente para que usted pase y sienta cuánto le quiero”.
No hay duda de que las alemanas se sentían hipnotizadas por Adolf Hitler y el nacionalsocalismo, pero él siempre afirmó que “su gran novia era alemania”.
Por cierto, no siempre terminaban bien sus admiradoras. Si el contenido de las cartas se consideraba excesivo se las sometía a vigilancia o, incluso, se las internaba en un manicomio por considerarlas taradas inútiles a los fines del III Reich. Y es que el amor en tiempos de guerra nunca fue algo aconsejable.
El soldado William C. Enker encontró en el despacho del dictador al término de la contienda bélica las misivas que ahora han salido a la luz, con contenidos de lo más variado.
Las cartas que recibía el Fuhrer de sus admiradoras eran supervisadas por varios funcionarios que decidían si éstas debíaan ser leidas o no por el líder alemán. En ocasiones sólo se trataban de proposiciones inocentes como cortarle el pelo. En otras cartas, sin embargo, llegaban a ser más explícitas escribiendo cosas del tipo “Quiero abrir mi frente para que usted pase y sienta cuánto le quiero”.
No hay duda de que las alemanas se sentían hipnotizadas por Adolf Hitler y el nacionalsocalismo, pero él siempre afirmó que “su gran novia era alemania”.
Por cierto, no siempre terminaban bien sus admiradoras. Si el contenido de las cartas se consideraba excesivo se las sometía a vigilancia o, incluso, se las internaba en un manicomio por considerarlas taradas inútiles a los fines del III Reich. Y es que el amor en tiempos de guerra nunca fue algo aconsejable.
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